El Abrazo. Fernando Durán

Hace pocos días me asombraba al leer en la prensa que el cuadro “El abrazo”, del pintor valenciano Juan Genovés, permanecía guardado en los almacenes del Museo Reina Sofía, de Madrid.

La obra, del año 1976, fue un icono en aquella época de lucha antifranquista, durante la transición democrática, cuando tomar la calle era para muchos de nosotros la única manera de luchar por nuestras libertades. Sirvió como ilustración en los carteles y pasquines que se utilizaron en las campañas por la amnistía de presos políticos, por la lucha por el derecho de asociación política, por el derecho a tener unas elecciones libres y democráticas.

En el año 2003 el propio autor realizó, basado en su propio cuadro, una escultura que se puede contemplar en la plaza Antón Martín, también en Madrid, en la zona de Atocha, y que fue un homenaje a uno de los acontecimientos más turbios y sangrientos de aquellos años de la transición: el asesinato de cinco personas, el 24 de enero de 1977, en un despacho de abogados laboralistas situado precisamente en la calle Atocha.

Y me preguntaba yo, rumiando mi tristeza, si no será que junto a ese cuadro que lleva tantos años entre sombras no se habrán quedado también muchos de nuestros sueños, de nuestras esperanzas en un mundo mejor. Me preguntaba si no estará nuestra conciencia también escondida en algún oscuro almacén.

Quizás lo que nos está pasando no sea más que el fruto de la desidia, de la dejadez de quienes hemos permitido que “El abrazo” se enmohezca entre cuatro lúgubres paredes mientras pensábamos que ya todo estaba hecho, que la sociedad del bienestar de nuestro pequeño mundo era algo de origen divino, como el paraíso bíblico, un edén de felicidad que nos habíamos ganado y que nunca nos sería arrebatado. Fuera quedaban los desposeídos, los que con su miseria alimentaban nuestra prosperidad.

Y ahora que todo se derrumba a nuestro alrededor no encontramos los referentes necesarios para organizarnos como en aquella época, para luchar por nuestros derechos, por el futuro de nuestros hijos. Hemos permitido que tantas cosas quedaran ocultas en los almacenes del olvido, que estamos perdidos ante el enemigo. Somos, como en el cuadro “La parábola de los ciegos guiando a otros ciegos”, de Bruegel, una civilización que se acerca al abismo.

Tendremos que desempolvar muchos cuadros si queremos ver la luz.

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