EL RAPTO DE LA PRIMAVERA. Raquel Anchel

Perséfone gritaba y gritaba desesperadamente, llamaba a su madre, a sus hermanas, a cualquiera que pudiera oírla, hasta que sus gritos fueron engullidos por la Tierra, al igual que lo fue el carro y su ocupante.

Oscuridad, la más negra y densa oscuridad. Como nunca la había visto. Delante de sí, el Inframundo, y le rey que lo acompañaba.

Muerte.

Sabía que su madre estaría destrozada por su partida, que la Tierra estaría gris y taciturna. Pero, tras esa mascara de almas en pena que poblaban su reino, había encontrado soledad y tristeza, y sabía que ella era la cura a la enfermedad que lo acosaba. También justicia. En aquel oscuro reino moraba la más irreductible justicia, aquella de la que carecía el mundo de los mortales en gran medida.

Después de fundirse en un abrazo, se separó de la alta figura de su esposo, sus ropas negras contrataban con su tez blanca, casi como el mármol. Se acercó a su madre y la abrazó fuertemente. A pesar del dolor que le producía dejar atrás a su marido, se alegraba de estar de vuelta. Se giró por última vez y le sonrió, él le devolvió una triste sonrisa y después de despedirse de sus hermanos, subió a su carro y desapareció bajo la tierra.

Perséfone, tumbada sobre la cama en su templo en Eleusis, suspiró y cerró los ojos.

-Hades – susurró antes de entregarse a los brazos de Morfeo.

Mientras dormía, el manto blanco que cubría la Tierra se evaporó.

Había llegado La Primavera.

Raquel Anchel

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