Quijotada valenciana. Adriana Delgado.

Yo, Quijote del siglo XXI, que lucho contra los gigantes de mis pasados, enamorado de una Dulcinea también conocida como Marlboro, dejé de cabalgar junto a Sancho, ya sin panza; dejando a un lado mis hazañas, que ya no parodiarán más aventuras sobre hidalgos caballeros que encuentran un hogar entre los resquebrajos de una ciudad.  Los tiempos pasaron y ya no hay más Castilla la Vieja que la anciana del puesto de pescados.

Acercándome a mis últimas peripecias, descubrí una tierra costera donde la calidez del verano no abandonaba del todo y algún loco decidía probar la mar en marzo. Sus hogueras mataban monstruos de cartón y daban paso al nacimiento de la primavera, su cielo era el lienzo donde la pólvora coloreaba y sus paredes contaban historias jamás plasmadas en libros. También se narraba en romances que sus gentes no tenían futuro, una gran epidemia llamada crisis -comparada a las grandes enfermedades como el cólera y la tuberculosis- azotaba a sus ciudadanos arrebatando trabajo, casa y alimento. Esto llevó a un gran paso en la evolución, las deudas mutaron hasta llegar a ser un tema genético, además del traspaso de la libertad a una especie única: ricos. El tema sociocultural me recordaba a mis tiempos, ya sabéis, la Edad Media: el clero y la nobleza –llamémosle actualmente gobierno- cohibía a la población. Y el tema espiritual seguía invariable, aunque a los jinetes del Apocalipsis se les unió un quinto, Hipoteca, más temido que cualquiera de los anteriores.

Era triste ver terreno tan fértil con gente tan árida, sin apreciar y luchar por el bien que se les había ofrecido. Pocos ojos autóctonos habían sido testigos del maravilloso espectáculo que se formaba cada jueves al lado derecho de la Puerta de los Apóstoles de la catedral, pocos pies habían pisado la casa más estrecha de Europa, pocas pieles habían sido empapadas con el agua de la Albufera… Sus conciencias fueron violadas por agencias turísticas con viajes a mitad de precio, inculcando el deseo irrefrenable de explorar con su lema “cuanto más lejos, mejor”.

Realmente da igual que estemos en el siglo XVII que en la actualidad, los malos vicios no cambian. En las ciudades sigue reinando el bullicio, y el egoísmo seguirá siendo característica innata del Homo Sapiens; los de arriba acaban escupiendo a los de abajo y el tabaco continuará matando.

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*