Alena

Soy una diosa poderosa y no exenta de fama tanto entre los mortales, como del cielo, y mi nombre es Cipris […] Yo la poderosa Cipris me he transforme en mortal, para poder ver de cerca como son los hombres, mi nombre de mortal es Alena. Entre esta mañana a trabajar como doncella para la hija de los reyes, Argus y Eudora, que tienen dos hijos, Isaura la mayor, y el joven Evan, de cabellos largos y rubios, ojos verdes, y unos labios tan carnosos, que a la mismísima Hera, diosa del Olimpo, le gustaría probar. El mismo día que entreo a palacio mi señora Eudora me ordena que empiece con mis tareas, y me dispongo a adecentar el comedor principal. Mientras preparaba la mesa para que mis señores pudieran cenar, Evan se acercó a mí con mucho disimulo, y me susurró al oído creo que eres la doncella más hermosa de todas las que he visto. Al oír aquello, el tiempo se detuvo mientras aquel joven se marchaba por la gran puerta del comedor, no supe que decir, solo logré balbucear algunas palabras. No pude entender como yo, la diosa del amor, y de la belleza, no tuvo contestación y empecé a pensar: ¿podría ser que aquel joven tan apuesto sintiera algo por mí? Y lo más importante, ¡¿y yo por él?! De inmediato alejé aquellos pensamientos de mi cabeza y seguí con mis tareas. Al día siguiente, al levantarme, vi encima de mi lecho una rosa, de igual color que los labios de Evan, junto a la rosa, una carta. La abrí, y vi que era del joven, la carta decía: Alena, necesito que te reúnas conmigo en la gran fuente que hay junto a palacio. Mi cara cambió por completo, sentí que estaba roja como la rosa y con una sonrisa de felicidad de oreja a oreja. Estaba inquieta y un tanto confundida, ya que Evan no me dirigió ni una sola mirada durante la comida, pensé que era su forma de actuar, -no querría que lo vieran con una simple doncella-, acabada la comida, recogí todo con gran rapidez. Fui a la fuente para ver a aquel joven que ocupaba mi mente desde que llegué a palacio. Allí estaba él, sentado en el borde de la fuente esperándome, me acerque y le pregunte porqué quería verme, y me contestó: porqué no puedo dejar de pensar en ti. Aquellas palabras hicieron que mi corazón mortal se acelerara. Sin poder evitarlo le di un beso, y los dos nos fundimos en un intenso abrazo. Desde aquella tarde los dos nos veíamos todos los días a escondidas en su alcoba para demostrarnos el amor que sentíamos el uno hacia el otro, por mi parte creó que no echaba de menos ser una diosa, tenía todo lo que una mujer pudiera desear. Ya habían pasado dos años desde aquel día en la fuente. Cuando fui hasta donde se encontraba Evan para reunirme con él, tenía en su cara una expresión diferente a la de costumbre, estaba como decaído, me dijo que su padre iba a tomar parte en la guerra de Troya, y que esta sería su última noche. Noté como si miles de agujas, se clavaran en mi corazón, salí corriendo de su alcoba con lágrimas en los ojos, y pensando qué podría hacer para que mi amado no fuera apartado de mi lado, pensé en intervenir en la guerra de Troya, pero si tomaba partido por los helenos en detrimento de los troyanos, gran parte de los dioses se enfurecerían conmigo. Pensé en ello durante mucho tiempo, y al final me dirigí a mi señor Aarhus. -Mi señor os ruego no que dejéis a vuestro hijo en tierra, porque sabéis que si marcha con vos no regresara con vida-le dije a mi señor Argus -¿Pero quien te crees que eres tu?-me pregunto con una mueca de burla en la cara -Solamente la doncella de su hija-le conste -Exacto, una simple doncella, de modo que ocúpate de tus asuntos y deja que los hombres hagamos nuestro trabajo-me dijo Al oír aquellas últimas palabras me enfade tanto, que envié una maldición contra él, reservándole una muerte lenta y dolorosa durante la contienda. No podía hacer nada más, mi amado se marcharía y yo sabía que no regresaría. Entonces tomé una decisión crucial: esa noche entraría en sus aposentos, tornaría a mi divina forma, y le haría ver de quien había estado enamorado las últimas semanas. Así lo hice, entré sigilosamente, y ya con mi original apariencia le acaricie el rostro suavemente, Evan despertó, su rostro palideció al descubrir quien era yo y confesarle cuan grande era mi sufrimiento al saber que iba a partir lejos de mi; terminé dándole un último beso y desaparecí. A la mañana siguiente Evan, su padre y todo su ejército zarparon rumbo a Troya. Desde el Olimpo contemple como aquel mortal que me había enseñado lo que era el amor, iba aproximándose cada vez más a su muerte. Una flecha atravesó el corazón de Evan, en el fragor de la batalla nadie le presto atención, de modo que descendí a su lado en forma de viento y me lleve su espíritu hasta el cosmos estrellado y allí los dos nos fundimos creando una constelación en forma de rosa que perdurar para toda la eternidad y que los mortales la han bautizaron el nombre de “rosae”.

LUCÍA ALCÁZAR ESCOBEDO 2º bach Art

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