“Me eduqué entre periodistas y curas y semejante combinación tenía que dar un bicho raro”

ENTREVISTA A FERNANDO G. DELGADO

Mar Castillo, Alfredo Marqués, Marc Muñoz y María Sebastià (2nD)

 

 

Fernando G. Delgado nació en Santa Cruz de Tenerife en 1947.

Tras cursar estudios de periodismo en Madrid pasa a trabajar en distintos medios, como el Diario Día, Pueblo o Informaciones, donde se aprecian sus primeros contactos con el mundo de la literatura.

Del medio escrito da el paso a Radio Nacional en 1967, donde es designado director de Radio 3 y luego, en dos ocasiones, director de RNE. Tras varios años se produce su paso a la televisión pública, donde presenta el Informativo de TVE.

De ahí volvió a la radio, pero a la Cadena Ser, donde se ocupó del programa A vivir, que son dos días. Actualmente compagina su labor literaria con su colaboración en otros programas de la Ser, como La Ventana u Hora 25.

Fernando G. Delgado inicia su carrera como escritor en 1976 con la novela Tachero. Posteriormente destacaría Háblame de ti (1994) y, sobre todo, La mirada del otro (1995) novela de fuerte carga erótica que resultó ganadora del Premio Planeta.

Otros premios en su haber son el Pérez Galdós en 1980, el Europa, otorgado en 1986, y recientemente (2015) el Azorín.

Me llamo Lucas y no soy perro es su última novela publicada hasta el momento.

 

¿Por qué decidiste dedicarte a escribir?

El placer por contar mentiras, por inventar sucesos que llegaban a impresionar a mi familia, seguramente por verosímiles, por qué habría de dudarlo, o sencillamente el gusto por agrandar y enredar el pequeño suceso suscitaban en los otros un desasosiego que, si bien lo miro hoy, podría llegar a tomarlo por admiración. Pero la mentira tenía escaso prestigio. Para todo he sido en la vida, sin embargo, algo exagerado y quizá de la excesiva frecuencia de mis cuentos me viniera la bien ganada fama de niño raro que, seguramente, debí merecer más por otras razones que tal vez no llegue a contar ni ahora ni más tarde. Que dijeran con mucha frecuencia “este niño está loco” es posible que yo lo tomara entonces por incomprensión y al cabo de los años, sin embargo, me ha resultado halagador. O dicho de otro modo: he creído ver en esa declaración de mi locura la premonición de que les había nacido un artista. Quizá no sea así, tal vez no hicieran otra cosa que corroborar que tenían entre ellos un enfermo al que le aplicaban en seguida su bondad, pero la mirada establece con el tiempo sus propias modificaciones y las reacciones ordinarias son distintas. Suele ocurrir con las fotografías: vemos las fotos recientes y apenas nos ocupamos de otra cosa que de reconocernos en ellas lo mejor posible, quedar guapos; pasado el tiempo no sólo las modifica el color sepia sino nuestros recuerdos sobre ellas, las modificaciones que impone la mirada, otra, la que el tiempo ha conseguido cambiar a través de las informaciones y las emociones que la han enriquecido. Lo cierto es que un niño así de mentiroso no se contenía en su verborrea -y no era común entre los niños canarios de la época que fueran habladores.

Además, yo era un lector precoz de periódicos al que cuando tenía siete años, operado de apendicitis, le llevaban a la clínica la prensa. Ignoro qué me atraería más de lo que el periódico pudiera ofrecerme, tan lejos todo de mis intereses de niño. Pero, quizá fuera la letra por la letra, una inconsciente fascinación por la palabra. El primer día de colegio me resistí con fuerza, con llantos que retumbaban en el patio del centro, agresiones y mordidas como un salvaje. No me quería quedar allí y conseguí que no me dejaran. Me recuerdo después, sin embargo, encariñado con las letras, con el prodigio de ir logrando poco a poco construir las palabras, unirlas luego y poder leer una frase entera. No sucedió lo mismo con los números y así me ha ido. Sería imposible en cualquier caso separar mi pasión por las palabras del periódico que aparece tan temprano en mi vida y por lo mismo imposible separar a mi abuela de la responsabilidad de lo que he hecho, a pesar de la poca evidencia de interés que puso en lo que yo hiciera. Ella era una voraz lectora de periódicos que no entendía los días sin la prensa, que se despertaba ilusionada con la llegada del periódico fresco. Sin quererlo, que es el modo más eficaz o quizá más benéfico de inducir a los niños, mi abuela consiguió un lector de periódicos. A ella le faltaba un ojo, lo que llevó a mi amigo Juan Cruz a determinar que sólo leía las páginas pares de la prensa, y era eso lo que yo tenía por más meritorio en su incansable lectura. No me consta que tuviera la menor admiración por quienes hacían los periódicos, de modo que nunca intentó hablarme de ellos ni supuso que pudiera interesarme tal oficio. Tampoco yo recuerdo que supiera en mi tierna infancia, cuando decía que quería ser mecánico y alternaba la escritura a mano de libritos particulares de un solo ejemplar, o sea, el que yo montaba con mis medios, con la colección de coches y los imaginarios itinerarios de autobuses de latón por las grietas del pavimento del patio familiar, que dijera alguna vez que de mayor sería periodista o escritor. Sí recuerdo que la gente que yo admiraba del periódico no era a la que hacía las noticias sino a los columnistas de entonces, más entregados a las exaltaciones de la belleza del paisaje y la riqueza de nuestras tradiciones que a cualquier juicio, análisis u observación sobre lo que pasara. Hay un dato que seguramente tuvo más que ver de lo que pienso con lo que me pasó: fue el regalo de un libro de Dickens por parte de mi abuela. Bien pensado, le debo a Dickens un homenaje particular en una de mis modestas bibliotecas.

¿En qué te inspiras a la hora de escribir un libro?

Para contar cosas sobre lo que fuera me vestí de domingo un día y me fui a la redacción de un periódico dispuesto a que su director reconociera que, pese a mi corta edad, llevaba aún pantalón corto, tenía ante sí a todo un escritor de periódicos. No hubiera dicho periodista, quizá no sabía bien lo que era un periodista, pero en todo caso no parecía que lo que yo quisiera hacer fuera propiamente periodismo. Tal vez porque aquella infancia, sin televisión y con Franco, no me había propiciado los modelos de reporteros aventurados que cuentan las guerras en medio de un tiroteo, pero pienso más bien en mi temprana resistencia al ejercicio excesivo y a los riesgos evitables. Deduzco de mi modo de producirme intentando colar artículos en la prensa local, convencido ahora de que en cualquier caso no le quitaba el espacio a ningún genio, que lo que yo quería no era hacer periodismo sino emplear el periódico como la única plataforma posible para publicar unos primeros textos que generosamente podrían ser llamados literarios y que no me exigían una mayor extensión posiblemente inabarcable para mí.

¿En qué año empezaste a escribir tu primer libro?

En 1965. Publicar tan pronto tuvo para mí alguna ventaja: mi desidia en el bachillerato la compensaban los profesores con la admiración que les producía que aquel mequetrefe publicara algo y mi torpeza y mi desinterés por las ciencias se vió disculpado alguna vez por el hecho excepcional -13 años tenía- de mis crónicas. Entre las anécdotas que no se olvidan está la que se produjo una buena tarde en la clase de física. El profesor me invitó a salir al encerado y me planteó un problema para su resolución. El atrevimiento de un tímido puede llevarlo adonde y así actué yo. Me propuse intentar el problema desde el puro disparate. No tardaron en arreciar las risas en la primera fila donde se situaban los empollones y los pelotas. El profesor reconoció que conmigo había poco que hacer en lo que a la física respecta, pero reconminó a los que se reían diciéndoles: “Ríanse, ríanse, pero ninguno de ustedes es capaz de escribir en un periódico”. Jamás he soportado con tanta satisfacción el cero de la nota y acaso nunca una nota me pareciera más justa. Brujuleé mucho por las redacciones que olían a tinta. Si bien lo pienso me eduqué entre periodistas y curas y semejante combinación tenía que dar necesariamente un bicho raro. Para mi bien los curas entre los que anduve eran jesuitas, que es una gente a la que hay que anotar algunas vergüenzas en la historia, pero a la que nadie niega una verdadera vocación humanista e ilustrada. La biblioteca que no tuve en casa la encontré en la de ellos.

¿Cuándo se publicó tu primer libro?

Se tituló Urgente Palabra y creo que se publicó en Tenerife 1967.

¿Cuántos libros has escrito?

De poesía, Proceso de adivinaciones (Hiperión,1981), Autobiografía del hijo (Pre-Textos, 1995), Presencias de ceniza (Fin de Siglo-CCPC,2001) El pájaro escondido en un museo ( Pre-Textos 2010) y Donde Estuve (2014). Desde 1973 hasta la fecha he publicado once novelas: Tachero, Exterminio en Lastenia, Ciertas personas, Háblame de ti, La mirada del otro, No estabas en el cielo, Escrito por Luzbel, Isla sin mar, De una vida a otra, También la verdad se inventa y Me llamo Lucas y no soy perro. De periodismo literario, dos: Cambio de tiempo y Parece mentira. También he publicado un libro de recuerdos: Paisajes de la memoria.

¿Cuánto tiempo tardas aproximadamente en escribir un libro?

Nunca he hecho la cuenta, pero un libro es una cosa muy seria como para que sea escrito en unos meses. Nunca he escrito un libro en menos de dos años. Acabo de terminar una novela en la que llevaba pensando hace treinta años.

¿Vives de escribir o alguna vez has trabajado de otra cosa?

De escribir y hablar he vivido siempre. No sé hacer otra cosa.

¿Qué es lo que más te gusta de escribir? ¿Y lo que menos?

Nunca he pensado en lo que menos me gusta, no suelo torturarme. Lo que más me gusta es escribir poesía.

¿Cuál es tu número favorito? ¿Por qué?

El 7. Es un número lleno de símbolos y significaciones históricas.

¿Tienes algún premio? Si lo tienes, ¿en qué año lo ganaste? ¿Cuál es el más importante?

He recibido los premios Benito Pérez Armas, Europa, Pérez Galdós, Planeta, Ondas Nacional de Televisión por mi trabajo cultural al frente de los telediarios de fin de semana de TVE, y el premio de periodismo Villa de Madrid (Mesonero Romano). El gremio de bibliotecarios de la Comunidad Valenciana me ha distinguido como bibliotecario de honor y la villa, donde vivo, Faura, como Ciudadano de Honor. ¿A vosotros cuál os parece más importante de todos?

 

Muchas gracias Fernando por dedicarnos un poco de tu tiempo contestando estas preguntas. Nos has sido de gran ayuda.

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